
Ensayos, de Fernando Aínsa
Hebert Benítez Pezzolano Universidad de la República, Uruguay
Mi primer contacto con la obra de Fernando Aínsa fue por medio de un libro de su autoría que compré o quizás canjée en una conocida librería de la calle Tristán Narvaja a mediados de la década del 70, siendo todavía un adolescente liceal: intentaba comprender en parte una de las obras que empezaba a conocer y desafiaba mi comprensión porque obligaba a leer de una manera para la que no estaba evidentemente preparado. Me refiero, naturalmente, a Las trampas de Onetti, publicado por editorial Alfa en 1970. Recuerdo hasta el día de hoy el impacto que me produjo esa lectura, cómo ciertas claves de Onetti se llenaban de orientaciones y explicaciones, de una cierta claridad ganada a la complejidad, e incluso con qué motivación el trabajo de Fernando me introducía en textos del autor de El astillero que yo aún no había leído. Por cierto que conservo ese ejemplar, preservándolo con cuidado del deterioro, y que tanto me ha acompañado en tiempos posteriores de vida docente y de investigación, siempre con más de una palabra y de un acierto que decir acerca de Onetti. Y aunque dicho trabajo, de profuso conocimiento y manejo bibliográfico para su época, pagaba, tal como advertí años después, ciertos postulados del entusiasmo estructuralista, no dejaba de mostrar una marca particular en su empuje ensayístico, en sus giros de especulación y riesgo que caracterizan al género iniciado por Montaigne y que en el conjunto de la posterior y prolífera obra de Fernando alcanzaría sus mayores desarrollos y consecuencias.
En efecto, la suya es una producción crítica y ensayística que se despliega mediante una intensa diversidad de temas que van desde la literatura uruguaya y latinoamericana contemporánea hasta la génesis del discurso utópico fundacional americano, tal como leemos en De la Edad de Oro a El Dorado o en La reconstrucción de la utopía. Sus intereses y preocupaciones constantes, como la relación entre la literatura y la sociedad de su tiempo, la canonización, la marginalidad y los espacios de la periferia en la literatura uruguaya y latinoamericana, los mecanismos de la construcción literaria, la ficcionalidad y la historia, el problema de la dinámica identidad cultural y literaria de América Latina con todas sus variaciones y complejidades, la cuestión de la memoria, de sus huellas y la potencia de la misma en el presente. Pero también la oblicuidad y la extranjería que se unen fuertemente en su vida de hispano-uruguayo y se proyectan en la perspectiva de su obra, de este escritor e intelectual que es un humanista entre dos mundos, como ya ha sido señalado y reconocido por él mismo, se han constituido en marcas identitarias de su producción incansable y siempre enriquecedora. Sin embargo, esos dos mundos son también, para Aínsa, los del espacio académico y sus afueras, rehuyendo así el estatismo de su identidad y de sus prácticas intelectuales a cambio de un desplazamiento que experimenta como libertad para las condiciones del pensamiento. Tal como observaran las prologuistas de un voluminoso libro dedicado a su obra y a su persona, “Pocos autores como Fernando Aínsa se han dedicado en las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI a estudiar, reflexionar y elaborar síntesis sobre el pensamiento latinoamericano y las representaciones literarias que han contribuido a configurar su identidad en movimiento. Y pocos, como él, se han comportado como un humanista renacentista de los tiempos modernos”.
Este volumen de ensayos propone desde su título algo que podría entenderse como una conciencia teórica del género y, por ende, una lúcida y necesaria orientación meta ensayística, es decir meta genérica, que recorre, de diverso modo, a todos y a cada uno de los seis trabajos que lo componen. Por eso en determinado momento Aínsa cita oportunamente a Theodor Adorno, para quien es fundamental repensar lo ya pensado, es decir someter a examen crítico lo ya dado, y, en cierto modo, lo ya cosificado, por lo que el ensayo, así concebido, se convertiría (y creo que se convierte) en un género capaz de enrollarse en un mismo movimiento con la conciencia como conciencia crítica sobre la realidad. Creo, por otra parte, que es muy importante la cuestión que resulta de la primacía de la unidad sobre la diversidad de este libro. Ello no ocurre porque la Introducción de Aínsa se encargue de unificarlos, llevándolos con su fuerza centrípeta de apertura a los presupuestos de un género del que la escritura recolectiva exhibe, de repente, una conciencia, sino que es exactamente al revés. Si bien tienen orígenes separados, hay un impacto de aliento único, casi de secuencia capitular dentro del volumen; o sea que la unidad se traza sin esfuerzos en la lectura porque ese sentido global ha estado en la cuidadosa composición y, especialmente, en la energía común que ha sido capaz de fundarla. Con acierto ha señalado Wilfredo Penco, a propósito de Del canon a la periferia. Encuentro y transgresiones en la literatura uruguaya (2002), este fenómeno que volvemos a confirmar en Ensayos: "La inflexión o la exigencia de cada abordaje en particular no han sido obstáculo para su incorporación a una perspectiva de conjunto, porque en definitiva el tratamiento en cada caso parte de una cosmovisión en la que se fundamenta la coherencia de toda ulterior tarea de reelaboración integradora".
Creo que ese rasgo define en buena medida los límites de un volumen sustentado en la recolección de instancias productivas distintas, y eso es lo que asombra y cautiva, pues de inmediato experimentamos la unidad de pensamiento ante la diversidad de objetos, la potencia de reflexión y de escritura ante temas de naturaleza, a veces, diferente. Insisto, además, en que hay una conciencia de todo ello en su autor, cuando conduce sus trabajos unitarios a la exigencia de nuevas relaciones con los demás trabajos. Quiero decir que, por ejemplo, cada uno de los ensayos aumenta su poder semántico original, ofreciendo líneas insospechadas al integrarse a una trama más abarcadora que los comprende. En otras palabras, que la unidad es un resultado profundo y relacional, porque es en las nuevas conjunciones de lo separado que redescubrimos con evidencia las tramas de un pensamiento y un gesto de escritura comunes. Habiendo superado desde el inicio la yuxtaposición casual o editorial, hace de las reflexiones introductorias un camino de llegada en el que se toma nota, una vez más, del examen de esa conciencia y de sus funciones literarias, culturales, sociales, históricas y también personales. Efectivamente, lo que ya estaba en cada uno de los seis escritos es lo que cobra relieve para volver a nombrarse después de la inequívoca diseminación y tematización de un género muy abierto, surgido y desarrollado históricamente en la función crítica, y por ello reacio a los anquilosamientos o a ciertos formatos predeterminados, tal como lo vio claramente en su momento Carlos Real de Azúa, para quien, además, el ensayo expone dos rasgos “inescindibles” que yo advierto sin esfuerzo en los de Fernado Aínsa: “su carácter personal y su índole artística o literaria” (16). En efecto, se trata de rasgos, no de codificaciones, y por eso Aínsa se va a desprender constantemente de la cultura académico-universitaria del paper (que por supuesto y por suerte no es la única cultura universitaria existente), no obstante ser su presencia en universidades de continua y renovada fecundidad.[1]
Quizás convenga recordar la posición de Giorgy Lukács en 1910 acerca del ensayo como crítica de la vida pero sin aceptar su carácter subordinado en el orden de la creatividad, es decir, sin renunciar a los rasgos que tan bien exponen, entre los nuestros, Real de Azúa y, precisamente, Fernando Aínsa, este último ya con nuevos aportes y énfasis funcionales de clara vinculación con una perspectiva latinoamericana, en el libro del que ahora nos ocupamos. Para Aínsa, me parece, al igual que para Geoffrey Hartman, el ensayo evita la clausura y, por ende, la finalización del diálogo. Es interesante, entre otras cosas, cómo articula Fernando la cuestión del yo, que es eminentemente social y sociable, con el diálogo, todo lo cual se aúna con el acto crítico, suscitador de “ideas” y de “otredad”, una lejanía del tratadismo y del dogmatismo como garantía del pensar con independencia que es por sí misma un valor entre valores a resolver. No se nos oculta la raíz moderna y, de pronto, la reivindicación de estos valores modernos como aquellos que la modernidad tardía del universalismo imperial procura aplastar monológicamente bajo un disfraz democrático. La reivindicación de la ironía (teorizada por Schlegel) por parte de Aínsa es el síntoma de un acto que reconoce una potente tradición romántica, al igual que la renovación de formas, que él advierte en el vigoroso ensayismo latinoamericano, el cual proyecta en la contemporaneidad en tanto genuina apología de un género crítico. Para Aínsa, en palabras mías, el ensayo es memoria, narración, crítica, diálogo, autocrítica e intervención cultural para la resistencia del pensamiento y la transformación social. En esa medida, se trata de una herramienta improgramable que, sin embargo, se fortalece como programa general de acción sobre las diversas esferas de la vida, del arte y de la cultura que hay que descosificar constantemente.